sábado, 26 de mayo de 2012

Cuentos desde mi rincón: Un cuaderno en blanco

Le gustaba sentarse en el parque  al  atardecer y mirar los  edificios de enfrente, cuando las luces de las ventanas comenzaban a dar vida a esos imponentes bloques porque  cada  una de esas ventanas,  tenía  una historia guardada para ella.
Miraba como se encendían las lámparas  y aparecían

los personajes  como si se tratase de un teatro, como si ese clic dado al interruptor fuese la subida del telón:
“”Una mesa donde había un mantel blanco y una pareja de recién casados se juraban amor eterno. Hablaban de su futuro y compartían un helado …” 
“”Un padre que regresaba a casa de trabajar y sus hijos le esperaban para jugar con él. Mientras su mujer preparaba una deliciosa cena….””
“”Un hombre acunando a su bebé. Su mujer trae unas cervezas y comentan como han pasado el día….””
En su cabeza iba conformando miles de historias. Cada bombilla encendida suponía la puesta en escena de una comedia,  una sonrisa en un edificio  donde los actores reían y mostraban toda la felicidad del mundo.  Vivía a través de los personajes que creaba en su imaginación  y  jamás pensó en las tristezas y miserias que podían ocultar esas ventanas: hipotecas, paro, desilusión, desamor….  porque nunca deseó  que sus protagonistas  se enfrentaran  a esas situaciones.


Ya casi de noche, sentada en el banco,  mira hacia su ventana oscura. Es cuando  se atrevía a pensar en el drama:
"" En las cuatro paredes. En  una mujer solitaria sentada ante una mesa que observa con desagrado lo que tiene delante: un sándwich de jamón de york y una manzana. La tele encendida  y parloteando, sin prestarle atención, solo por escuchar un sonido que le hiciese sentir menos sola. Un montón de cartas cerradas del banco al lado del plato, donde le informan que su  dinero sigue acumulándose allí, sin otro interés que el de servir de sustento a una vejez prematura.""
 Volvía a rememorar cómo ha llegado a ese punto, cómo alguien le había puesto  fin  a sus ilusiones de un plumazo.

Cada tarde recrea la misma historia: el día  que recibió la carta de sus suegros. En ella  le comunicaban que  el  hombre con quien iba a casarse, dos meses después, se había marchado y la había dejado por…. Las razones no importaban, ya no. En su momento si que fueron causa de muchas noches de insomnio, desapetencias y lágrimas, ahora daba igual.  Pensó en su decisión de quedarse en esa casa; la que hubiera sido de ambos cuando hubieran formalizado  la relación;  en los intentos de esquivar las explicaciones  a los vecinos con caras de pésame y  cuchicheos a sus espaldas;  en el traje de novia  que tuvo que comprar, enmoheciendo en un arca...   

Aún no estaba superado… 5 años. Tiempo de machacarse sin piedad como ella lo iba haciendo habitualmente.   Aunque  con el paso de los años  había conseguido pensar en ello  de manera aséptica. Diseccionaba  toda su historia como si fuese  un cirujano que quita con el bisturí aquella parte de su cerebro  que le hacían ser ella,  desapareciendo cualquier conato de sentimientos, convirtiéndola en espectadora de su propia vida.  Ya no había  dolor.

Allí sentada en la calle frente a su ventana  apagada pensaba  en lo que se había convertido: Alguien sin historia, que cada día se levantaba y cada noche se acostaba al ritmo de los horarios que otros marcaban; sin  tristezas y sin alegrías, sin sobresaltos, con la adrenalina intacta y con un futuro como la línea de un encefalograma plano. La candidata perfecta para pasar por este mundo sin nada que contar, sin nada que aportar. Un cuaderno en blanco.

Solo ese ejercicio de vivir  a través de los ojos de otros la mantenía atada a la realidad y a veces conseguía del encefalograma  de su vida algunos latidos dispersos, que le hacían tener esperanza de que aún estuviera viva….

Ese día absorta no se dio cuenta que  alguien se había sentado a su lado en el banco.  Solo cuando oyó un ligero carraspeo volvió la cabeza sorprendida. Miró casi con vergüenza  y enojo a quien interrumpía   sus  deberes  diarios de  “autocomplacencia en la autocompasión””, como ella llamaba a lo que hacía. Siempre pensó que un nombre rimbombante le quitaba yerro a lo que era un proceso completo de autodestrucción.

-Hola, no te asustes. Me llamo  Javier y vivo justo a la vuelta, en  la siguiente calle. Soy trabajador Social. –Ella no dijo nada, solo miraba, y Javier, en vista que no se levantaba  corriendo, se atrevió a continuar.

 -Cada tarde cuando vuelvo del trabajo  te observo mirando hacia ese edificio  con tristeza.   ¿Conoces a alguien y temes  entrar? ¿Puedo ayudarte a encontrar a quien buscas?- le dijo con una sonrisa tranquilizadora.

Ella se le quedó mirando y  estuvo a punto de levantarse sin decir nada  pero decidió no hacerlo. Le conocía de haberlo visto  a menudo en el supermercado, aunque nunca habían hablado. Parecía amable y preocupado.

Sentada allí, con  un trabajador social a su lado, pensó en las veces que se había dicho que debería hablar con alguien. Poner en alto sus pensamientos e intentar exorcizar todo aquello que  le hacían sentirse mal. Jamás lo había hecho, nunca encontró el momento de pedir cita a un psicólogo, aunque al principio todos la instaron a que lo hiciera. Ya no tenía a nadie: a los amigos hacía tiempo que los había echado de su vida  y su familia vivía en el otro extremo del país y una llamada era lo que se permitía compartir con ellos.  

Miró al individuo  que tenía al lado, era la primera persona en mucho tiempo que se preocupaba por ella, una desconocida. Quizás  el destino le daba una oportunidad. Un comienzo.

- En esa ventana vive una persona  que conocí y que ya no existe  pero  que no consigo sacar de mi vida.- lo dijo mirando al frente.  Se levantó y comenzó a caminar despacio hacía su casa.

- Bueno, si  ella no está…. siempre puedes reemplazarla por mí – dijo Javier con una sonrisa pícara en los ojos.- Si no te importa, mañana estaré aquí de nuevo. Quizás consiga que cambies de opinión sobre tus gustos en cereales.

Sin volver la cabeza, por primera vez en mucho tiempo sonrió y por primera vez en mucho tiempo sintió que quizás, solo quizás, el cuaderno de su vida pudiera tener una página escrita.

 Pero esa es otra historia…

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